Pas de Deux
Verano, el patio es un desierto amplio y luminoso. El blasón ondulante del pensamiento vitalista flamea sobre el vapor fantasmagórico de la arena.
De mármol blanco, el rostro que nos miraba con aire melancólico y compasivo, como quien perdona los labios inmaduros, destinados al canto y a la ofensa.
Dos árboles flanqueaban el universo infantil.
Con la lluvia de mayo, caen las primeras ideas amarillas de un invierno que irónicamente llega después de primavera. Las palomas mensajeras, de preguntas ágiles e irresolutas, revolotean por los arriates blancos con príncipes negros.
De vez en cuando, un venado inquieto salta entre el río de piedra y el cascarón roto del huevo azufrado. Sonreía y miraba compasivamente al jaguar, que siempre lo perseguía infructuosamente.
De las jaulas, salen notas de ilusiones y fantasías infantiles, mientras el viejo violín acompaña el canto desafinado de los pájaros que escaparon.
Con traje de manta, sombrero de palma y caites de cartón me sorprendió el amor, y la lluvia. En su fluir, el agua abraza la roca que rodó y se detuvo para siempre al pie de la montaña, como lo haría el amor.
Era entonces el universo-patio una infinita charca, en la que unos sapitos danzaban animadamente, mientras un animal con fauces de puma y alas de gavilán engullía las frágiles sandalias de cartón.
La niña me abrazó como el agua a la roca.
Hicimos un pas de deux al compás de un tambor precolombino, que aceleraba los latidos de mi corazón. Sentí la suavidad de su mano, la calidez de su respiración, y la tersura de su pecho cual pétalo intacto.
Desde el campanario, el bronce sonoro miraba en el universo-patio la dualidad infinita del ser, la ubicuidad del alma y la eternidad del amor.
Después del vaivén acompasado de las nubes blancas y diáfanas de la esperanza, vino el torbellino inmenso del egoísmo, que nos separó para siempre.
Se cumplió la predestinación de quienes no se adivinan, de quienes no supieron sacrificarse uno en aras del otro. El rostro de mármol blanco nos miraba compasivo y melancólico.
En otoño, una mariposa sale al desierto-océano de los recuerdos para bailar un pas de deux con la montaña, al son de la campana.
David Rodríguez
Columnista de EC